Jaime Massardo El ojo del Cíclope: un desafío político
Revista iZQUIERDAS
Año 1, Número 2 ISSN 0718-5049
El ojo del Cíclope: un desafío político The eye of the Cyclops: a political challenge
Jaime Massardo*
Resumen
Las líneas que presentamos a continuación muestran el camino a través del cual, manu militari, la economía chilena se abre al proceso de globalización, introduciendo un conjunto de elementos que conduce a la generación de nuevas variables y nuevas pautas culturales en el comportamiento de los actores sociales. Dentro de este cuadro resaltan las nuevas tendencias que conforman la visión de mundo de la élite y la absorción e internalización de éstas por los grupos subalternos, abriendo el camino a un nuevo escenario social. El texto concluye proponiendo algunas hipótesis como norte interpretativo del proceso de globalización para Chile y América latina.
Palabras clave: Neoliberalismo — Globalización - Clases dirigentes - Sectores Subalternos - Hegemonía
Abstract
The lines that follow show the way through which, manu militari, the Chilean economy opens to the process of globalization by introducing a number of factors that leads to the generation of new variables and new cultural patterns in the behavior of social actors.
Within this new configuration highlight emerging trends that shape the vision of the world of the elite and the absorption and internalization of these groups by subordinates, paving the way for a new social scene. The text concludes by proposing some
• Doctor en Historia, Universidad de la Sorbonne, académico de la Universidad de Valparaíso jaime.massardo@uv.cl
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hypotheses as interpretive ways of the globalization process for Chile and Latin America.
Keywords:
Neoliberalism - Globalization — Leading Classes - Junior Sectors - Hegemony
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La incorporación de Chile al proceso de globalización
«El hecho de que el obrero deba trabajar plustiempo, es idéntico al hecho de que el capitalista no necesite trabajar»
(Karl Marx)
«Nosotros no queremos —decía premonitoriamente Salvador Allende en su Tercer Mensaje al Congreso Pleno, en mayo de 1973— una economía pretendidamente sana con desocupación, explotación, injusticia, sometimiento al extranjero y desigualdad extrema en la distribución del ingreso; no queremos una economía con desnutrición y alta mortalidad infantil, incultura y desprecio por la dignidad del hombre. Para nosotros, semejante economía está irremediablemente enferma»1. El «nosotros» con que acostumbraba a expresarse el Presidente Allende revela aquí no solamente el castellano culto sino también un universo de representación de lo político que contrasta vivamente con el «yo» que caracteriza hoy el discurso de los más connotados exponentes de la clase política. Este «yo» desplazando al «nosotros» ilustra mejor que mil ejemplos el cambio de época, la mutación cultural y la modificación de la subjetividad que viene tomando forma en este rincón del planeta en el que todos habitamos; cambio de época que se resume justamente en lo que de manera genérica conocemos hoy como «globalización», término prácticamente desconocido en el momento en que Allende hacía esta reflexión, cuatro meses antes de inmolarse en La Moneda, pero cuyas características enunciaba precozmente2.
La historia de los pasos concretos a través de los cuales la dictadura militar entrega Chile al proceso de «globalización» debe pesquisarse sin embargo con bastante antelación al golpe de Estado de septiembre de 1973. «Un grupo de economistas formados en la Universidad católica y en Chicago —nos recuerda Alan Angell—, con
1 Salvador Allende, «Tercer mensaje al Congreso pleno», in Salvador Allende, Obras escogidas, Ediciones del centro de estudios políticos latinoamericanos «Simón Bolívar» y de la Fundación Presidente Allende, Madrid, Santiago de Chile, Editorial Antártida, 1992, p. 520 (cursivas nuestras).
2 Cabe recodar que en aquellos años hablábamos simplemente de capitalismo y designábamos al sistema como capitalista. El alcance no es una cuestión de estilo o de mera nomenclatura. El término mismo de globalización puede prestarse a engaños. Sin proponérselo, su uso oculta el carácter del período. La globalización no es, por supuesto, una cosa distinta del propio desarrollo del capitalismo, se trata exactamente de una nueva fase de acumulación de capital cuya exploración representa nuevos desafíos a la investigación histórica crítica y, lo más importante, no expresa una dinámica que se concentre o se limite a la sola esfera económica, sino, al contrario, en ella se ven actuando de forma solidaria diferentes instancias de orden cultural, político, social como y también económico.
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mucha experiencia en el mundo de las empresas, el comercio y la política de Chile (varios de ellos habían sido asesores de Jorge Alessandri en 1970), venían reuniéndose desde 1972 con el fin de preparar una política para un nuevo gobierno de derecha»3. El horizonte histórico de la burguesía, o más exactamente el de sus intelectuales orgánicos, le permitía de esta forma advertir con antelación el cambio de ritmo y de dimensión del proceso de acumulación de capital a escala mundial, el que desde su recuperación, hacia fines de los años 1940, venía mostrando, como producto de la potencialidad económica provocada por las innovaciones tecnológicas de las economías industrializadas, una tendencia a ampliar la escala de la producción4. Ya en 1944, el mismo año de los acuerdos de Breton Wood, Friedrich Hayek publica su obra paradigmática, Camino de servidumbre, violenta diatriba contra cualquier intervención del Estado o de los trabajadores organizados que osara alterar la sacrosanta lógica del mercado5. El mismo Hayek convoca tres años después en el pequeño poblado suizo de Mont Pélerin a un selecto grupo de estos mismos intelectuales orgánicos del capital: Karl Popper, Michael Polanyi, Lionel Robbins, Ludwig von Mises, Walter Eukpen, Walter Lippman, además de algunos conocidos nuestros, como Milton Friedman y Salvador Madariaga, animarán esta reunión, de la que saldrá constituido el núcleo duro del neoliberalismo6.
Desde su punto de vista, estos economistas formados en la Universidad Católica y en Chicago tenían razón entonces en prever un horizonte favorable. La burguesía, pujando ya por un nuevo orden económico internacional, por un mundo donde los flujos de capital pudiesen circular sin los límites que le imponía la organización del movimiento obrero al que se sumaban las prácticas proteccionistas instaladas desde la Primera Guerra Mundial, buscaba denodadamente la caída del precio de la mercancía fuerza de trabajo, generalizando un clima de retorno al desplazado liberalismo. La inconvertibilidad del dólar, decretada en agosto de 1971 por la administración de Richard Nixon, testa los niveles de resistencia dentro del propio sistema facilitando esta operación y dos años después, la fundación de la Comisión Trilateral, «cuya discreción facilita la colusión entre responsables políticos y grandes empresas»,7 mostraban con bastante claridad las nuevas tendencias que precedían a la instalación de una nueva fase del desarrollo del capital.
3 Allan Angelí, «Chile 1958-c, 1990», en Historia de América latina, Leslie Bethell (ed). (The Cambridge History of Latin America, Cambridge University Press, 1984-1991); traducción castellana: Barcelona, Editorial Crítica, vol xv, 2002, p. 297.
4 «El mundo desarrollado sufría de un excedente alimentario con el que no sabía que hacer -escribe Eric J. Hobsbawm- ...La producción mundial de productos manufacturados se cuadruplicó entre el comienzo de los años 1950 y el comienzo de los años 1970». Eric J. Hobsbawm, L'âge des extrêmes. Histoire du court xx" siècle, Bruxelles, Editions complexe / Le monde diplomatique, 1999, pp. 345-346.
5 Cfr., Frédéric Hayek, Camino de servidumbre, Madrid, Alianza editorial, 1979.
6 Cfr., Perry Anderson, «Balance del neoliberalismo: lecciones para la izquierda», in La invención y la herencia, Cuadernos Arcis / Lom, n° 4, noviembre / diciembre de 1996, pp. 5-28.
7 Cfr., O. Boiral, «Treinta años de la Comisión trilateral», in Le Monde diplomatique (versión castellana, edición chilena), año iv, n° 36, Santiago de Chile, noviembre del 2003, p. 21.
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El nuevo modelo no podía, sin embargo, imponerse de la misma manera en todo el planeta. En aquellos lugares donde los trabajadores organizados estuviesen dispuestos a defender sus intereses, la implantación de una fase de acumulación de capital que a todas luces iba a acrecentar sus penurias sería mucho más difícil e iba a requerir del uso de la fuerza para doblegarlos. La cultura organizativa de los trabajadores chilenos había llegado a su más alto grado de expresión durante el gobierno de Salvador Allende. Es en la necesidad que tenía el capital de suprimir este obstáculo donde deben encontrarse entonces las razones últimas del putsch de septiembre de 1973. Ello explica tanto el carácter precoz y paradigmático del experimento neoliberal llevado a cabo por la burguesía en Chile como su radicalidad y su crudeza. «Las burguesías criollas —escribe Enzo Faletto—, para poder insertarse en el nuevo esquema, debían hacerlo a través de un cambio drástico de las relaciones políticas y económicas anteriores»8.
Así, después de golpear las organizaciones de trabajadores, de destruir sus expresiones políticas, de liquidar o cooptar sus élites, la dictadura militar buscará imponer, manu militari, la «mano invisible» del fantasma de Adam Smith. Un liberalismo organizado brutalmente desde el aparato de Estado abre así paso en nuestro país a un proceso de «desreglamentación» que va a acompañar al movimiento planetario de «deslocalización» de capitales, los que, sin las trabas —los «reglamentos»—, que les habían impuesto las políticas proteccionistas desde los años cuarenta y con un movimiento obrero en retroceso, podían ahora, sedientos de plusvalía, penetrarlos, «flexibilizando» el trabajo humano y comprando la fuerza de trabajo a un precio cada vez más bajo, homogeneizando, de paso, nuestra larga y angosta faja de tierra con la base técnico-productiva de los «centros» del planeta. «Se trataba —dirá Claudio Di Girolamo— de disciplinar la sociedad encuadrándola en los marcos de modelos económicos que se basaban en la extensión de la jornada laboral, en la intensificación de la productividad del trabajo»9.
8 Enzo Faletto, «La dependencia y lo nacional popular», in Chile en América latina, Rodrigo Baño editor, Santiago de Chile, Cátedra Enzo Faleto de Estudios de América latina, Facultad de Ciencias sociales de la Universidad de Chile, 2006, p. 155.
9 «Desde 1964 en Brasil hasta 1989-1990 en Chile -escribe Claudio Di Girolamo-, América latina vive profundos procesos de reconversión y transformación a todo lo ancho de su geografía histórica. Los gobiernos militares de Brasil, Perú, Bolivia, Uruguay, Chile, Argentina y parte importante de Centroamérica se abocarán a un triple propósito. En primer lugar, al de disciplinar la sociedad encuadrándola en los marcos de modelos económicos que se basaban en la extensión de la jornada laboral, en la intensificación de la productividad del trabajo. En segundo lugar, a la clausura de las libertades políticas y los derechos civiles y, en tercer lugar, a la extinción de todo tipo de organizaciones sociales y políticas que levantarán como ideario un modelo de sociedad libre». Claudio Di Girolamo, «En el umbral del tercer milenio. Acerca de una cultura de transición», Discurso del Director de la División de Cultura a los Secretarios Regionales del Ministerio de Educación, el 22 de agosto de 1997, en Del país vivido al país soñado, Apuntes de 3 años de gestión cultural, Santiago de Chile, División de Cultura del Ministerio de Educación, enero del 2000, p. 16.
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Desde abril de 1975, superada una primera ola represiva de carácter masivo, la dictadura implanta una política de shock. Los derechos por importaciones fueron reducidos de un 70 por 100 en relación a los que se pagaban a mediados de 1974, y nuevamente reducidos a un 33 por 100 en 1976. En 1975 los gastos fiscales se comprimieron en un 27 por 100, exceptuando por cierto los concernientes a las Fuerzas Armadas, las que, en esta curiosa ortodoxia neoliberal, se expandieron considerablemente hasta transformarse en los contigentes más numerosos de América latina con relación al tamaño de sus respectivas poblaciones10. Como consecuencia, la inversión pública bajó a la mitad mientras el PIB caía en un 15 por 100 con relación a 1974.
El costo social que implicaba el cambio de patrón de acumulación era enorme. Los salarios decrecieron abruptamente, alcanzando, siempre en este año de 1975, el 63 por 100 del valor que habían tenido en 1970. Para 1980, en la agricultura las tasas salariales descendieron al nivel de 1965. La cesantía se disparó del 9,7 por 100 en diciembre de 1974 al 18,7 por 100 en diciembre de 1975. La caída de los salarios y las condiciones políticas favorables para la burguesía aceleraron el proceso de centralización y concentración de capital. Grupos como Vial o Cruzat-Larraín, pasaron a controlar el sistema bancario obteniendo utilidades que, entre 1977 y 1980, se calculan por sobre los 800 millones de dólares. Los contactos y relaciones con los círculos de la burguesía financiera internacional permitieron a estos grupos obtener créditos en el exterior, los que transformaban a su vez en créditos con altas tasas para empresas locales en el mercado interno11.
Al comenzar la década de los ochenta, y a pesar de que en los países del capitalismo desarrollado el modelo neoliberal se imponía, desde 1979, en la Inglaterra de Thatcher y, desde, 1980, en los Estados Unidos de Reagan, un conjunto de factores viene a resquebrajar el dinámico Monopoly games con el que la burguesía se entretenía en Chile. El alza de los precios del petróleo que venía arrastrándose desde 1973, año que pudiera considerarse, por lo demás, como el del inicio del cambio en las tendencias de la economía mundial, va a desacelerar el crecimiento económico de ésta, disminuyendo el volumen del dinero fresco (eurodólares y petrodólares) y en consecuencia, elevando las tasas de interés, lo que va a terminar por repercutir en la mecánica que favorecía a los grandes grupos económicos mencionados, los que ahora presionan hacia abajo a los pequeños y medianos industriales favorecidos por los préstamos. Cuando a comienzo de los años ochenta muchos de éstos últimos no pueden responder y se declaran en quiebra, se precipita la crisis12, la que, como escribía Marx en los Grundrisse, «se reduce
10 Cfr., Paloma Macías y Jaime Massardo, «Notas para el análisis de la situación chilena», in Crítica, revista de la Universidad Autónoma de Puebla, n° 22, marzo de 1984, pp. 63-66.
11 Cfr., Alan Angell, «Chile 1958-c, 1990», in Historia de América latina, Leslie Bethell (ed), cit.
12 Cfr., Jaime Massardo, «América latina, pensar la crisis...», in Pluma y Pincel, n° 154, Santiago de Chile, diciembre de 1992, pp. 17-19.
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simplemente a la ley de la oferta y la demanda que como se sabe actúa de manera incomparablemente más aguda y enérgica en el sector de las necesidades primarias (consideradas a escala nacional) que en los otros sectores»13. La burguesía que controla el Estado a través de los militares parte entonces en socorro de los náufragos. «Para salir de los problemas de la crisis de los años 1981-1982, el Estado chileno del señor Pinochet —nos recuerda Armando Uribe— asumió la deuda externa privada como deuda del Estado»14.
La crisis económica se transforma pronto en social y política. Precedidas por las «marchas del hambre», en mayo de 1983, estalla la primera de la grandes protestas con que el pueblo chileno, en gran medida por encima de los partidos políticos, va a mostrar su repudio a la política económica de la dictadura. El dictador se vuelve obsoleto y sus lentes obscuros no cumplen ahora ninguna función15. No se trata por supuesto de una particularidad del caso chileno; baste recordar aquí que un observador tan agudo como José Carlos Mariátegui notaba ya en 1923, cincuenta años antes del golpe de Estado en Chile, que «los propios condotieros de la contrarrevolución no son siempre protagonista concientes de ella»16.
Así, en el entendido de que la intervención militar no podía asumir un carácter permanente, los intereses más generales del sistema deben resolver el problema de otorgarle estabilidad —«gobernabilidad», se dirá más tarde— al modelo. Debe entonces, sin por ello poner en cuestión la lógica de la dominación, reemplazar la coacción, propia del momento dictatorial, por un nuevo consenso —el «consenso pasivo e indirecto», del que hablaba Gramsci—17, en función de aquellas tendencias que se venían imponiendo a escala planetaria18. Este reemplazo se traduce en nuestro país de
13 Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (borrador) 1857-1858, Buenos Aires / Santiago de Chile, Siglo veintiuno editores / Universitaria, 1972, vol i, p. 54.
14 Armando Uribe y M. Vicuña, El accidente Pinochet, Santiago de Chile, Editorial sudamericana, 1999, p. 27.
15 Cfr. Jaime Massardo, «Chili. La démocratie embourbée», in Libération, Paris, 15 septembre 1993.
16 José Carlos Mariátegui, «El directorio español», in Figuras y aspectos de la vida mundial, octava edición, Lima, Amauta, 1987, vol i, p. 50.
17 Antonio Gramsci, Quaderni del carcere, edizione critica dell'Istituto Gramsci, a cura di Valentino Gerratana, Torino Einaudi, 1977, p. 1771.
18 El ejemplo más evidente de la estrecha imbricación entre la utilización de la fuerza del Estado para abrir los países latinoamericanos a la globalización y la instalación de una industria de la imagen ligada al poder se produce sin embargo, «precozmente», en Brasil. El putsch que derroca al gobierno de Joao Goulart en abril de 1964 -suerte de ensayo general que anuncia los rasgos esenciales de las intervenciones militares de Bolivia, en 1971, de Uruguay y de Chile, en 1973, de Argentina, en 1976-, precede directamente la fundación, en 1965, de TV-Globo -a su vez, fase superior del periódico O'Globo y de la radio Globo-, verdadero gigante de la industria de la imagen. «La junta seguirá el modelo brasileño (11 de septiembre de 1973)». Cfr., Archivos secretos Documentos desclasificados de la CIA, Santiago de Chile, Lom ediciones, septiembre de 1999, pp. 36-37
La segunda forma de implantación de la industria de la imagen es la de la prolongación de las formas «normales» de consenso que mantiene la hegemonía del grupo en el poder. Allí el caso más evidente es el
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una manera visible en un proyecto cultural que, a partir de la década de 1980 -lograda la transición a la nueva fase de producción, la única transición realizada cabalmente hasta ahora en Chile- impregna el devenir cotidiano, reforzando las tendencias de la acumulación en la lógica social del escenario local y en la propia cultura que comienza a aparecer, desde entonces, como un proceso definido por el mercado oligopolizado existente en Chile.
La condición subalterna en el proceso de globalización
Durante este último tramo del régimen dictatorial, la actividad política va dejando paso a un proceso de «renovación» —quizás sea más preciso llamarlo «transformismo»— de las prácticas políticas de una buena parte de lo que había sido la izquierda chilena (proceso que encuentra su eje en la incorporación de un sector importante del Partido Socialista de Chile al ideario liberal), generando uno de los capítulos más deleznables de la historia del oportunismo político, historia, valga señalarlo, que en nuestro país no se caracteriza por ser particularmente reducida. Más allá de la movilización popular o, más precisamente, a sus espaldas, así como sobre los cadáveres de los presos políticos y desaparecidos, se iba fraguando una negociación (¿o un negocio?) a tres bandas entre el Departamento de Estado norteamericano, las Fuerzas Armadas y un sector importante de lo que hasta allí había sido «la oposición». Cumplida su función al servicio del capital y bien pagado como pudo posteriormente apreciarse a través de las cuentas del Banco Riggs, el dictador debía retirarse.
Persuadido de la obsolescencia del régimen, el gobierno norteamericano venía trabajando con antelación en este proyecto cultural. La crisis terminal del socialismo de Estado en el Este y la caída del muro de Berlín —que precede en escasas semanas del término de la dictadura en Chile— elevaba al bloque liderado por los Estados Unidos a la condición de fuerza triunfante de la Cold War, mientras el staff político de la administración norteamericana, adelantándose al nuevo escenario, replantea, a fines de 1988, a través del Documento de Santa Fe II, su diseño político imperial para América latina, diseño que plantea la necesidad de una «democracia controlada» —en realidad, cada vez más controlada— articulada con una internal preventive war19.
de Televisión Vía Satélite, Televisa, en México. La formación de Televisa data de 1973, y representa la culminación de un largo proceso de concentración y centralización de los capitales de las diversas cadenas privadas de televisión que habían existido hasta el momento. Cfr., Televisa, el quinto poder, México, Claves latinoamericanas, 1988.
19 «América Latina : la nueva estrategia norteamericana. Documento de Santa Fe II», in Araucaria, n° 45, Madrid, 1989, p. 20. El Documento de Santa Fe II fue preparado para la administración de George Bush por el mismo equipo de asesores que redactaron el Documento de Santa Fe I, para Ronald Reagan. En este grupo destacan L. Francis Bouche, Roger Fontaine, David Jordan Godon Summer Jr., todos vinculados a círculos académicos o militares de Estados Unidos.
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Realizado el reemplazo en La Moneda e instalado un gobierno civil dispuesto a administrar el modelo neoliberal, se irá poniendo ya de manifiesto el alcance de las modificaciones que en el plano económico, social y cultural habían traído para Chile los años de la dictadura militar, modificaciones asociadas al proyecto de refundación capitalista en plena realización y tributario de la forma específica que adquiere en Chile la política del Documento de Santa Fe II20. El disciplinamiento de la fuerza de trabajo logrado a través de la represión durante los años de la dictadura así como el nuevo sistema de referencias articulado en torno a un mercado oligopolizado, son internalizados durante este período por la mayoría de la población, la que, trabajando cuarenta y ocho horas a la semana, confunde felicidad con consumo y percibe el quehacer político como una esfera mediada, como un asunto de aquellos que, elegidos cada ciertos años, tienen a su cargo la administración del poder, con lo que se rompe el vínculo entre representantes y representados propio del despliegue de cualquier forma democrática. La dictadura había dejado instaladas así las bases de un sentido común que termina siendo aceptado por el pueblo chileno: tan grande sería su derrota21.
De esta manera, un rasgo distintivo que caracteriza el período que se abre con el advenimiento del gobierno civil en 1990, es el consenso pasivo que se establece en la sociedad chilena en torno a las virtudes de la economía de mercado y al capitalismo como la única organización económica y social posible; dijéramos, una suerte de mecanismo mágico que, en su inmensa sabiduría, es capaz de reemplazar las decisiones humanas (de clase) y resolver «neutralmente» —«técnicamente», se dirá—, por encima y por fuera de la sociedad, el delicado problema de qué producir, cómo producir y cuánto producir (dijéramos, más académicamente, nivel y composición del producto) y, en particular, de resolver los conflictos de aquella zona generalmente en penumbra que corresponde al mercado de la fuerza de trabajo, por tanto entonces el problema de para quién producir... El enroque político de 1988, presentado como un triunfo de la democracia («¡la alegría ya viene!»), al mismo tiempo que sus conductores pactaban con las fuerzas que habían impuesto el peso de la noche (10 por 100 de las ganancias del cobre directamente para las Fuerzas Armadas, desmantelamiento de la prensa de izquierda y apertura de la TV a las recetas publicitarias, inviolabilidad para la persona del dictador que, para desgracia del pueblo chileno, terminará muriendo tranquilamente en su cama...), muestra con claridad cómo el sistema había cooptado un segmento determinante de la élite que había sido parte entre 1970 y 1973 de la Unidad popular, en particular alguna que provenía de fracciones de la Democracia Cristiana. «La absorción
20 Cfr., América Latina en la encrucijada: el desafío para los países trilaterales, traducción integral no oficial del 39° informe a la Comisión trilateral, preparado y presentado en la reunión de Washington de los días
21 al 23 de abril de 1990.
21 Cfr., Jaime Massardo, «Cultura y globalización, las tres últimas décadas de vida política en la sociedad chilena», en Le Monde diplomatique (versión castellana, edición chilena), año iv, n° 34, Santiago de Chile, septiembre del 2003, pp. 14-15.
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de las éltes de los grupos enemigos —decía sabiamente Gramsci— conduce a la decapitación de éstos y a su aniquilamiento, seguido por un período muy largo»22.
Sin conexiones orgánicas con otros procesos culturales, atomizada por el efecto coercitivo de los años de represión, desmoralizada por la frustración de sus expectativas democráticas, sin ninguna presencia en los medios de comunicación que crean opinión en nuestro país, la gran mayoría de la población chilena de los años 90 no parece existir sino como consumidora y espectadora23. El debilitamiento de las formas orgánicas de la cultura política de los trabajadores —sindicatos, agrupaciones populares, partidos— contribuye a facilitar la negación de las potencialidades de la praxis política y de la misma identidad social de los actores. La ausencia de referentes y de movimientos sociales y, por la tanto, de vasos comunicantes entre la actividad social y la creación intelectual que conlleva este gigantesco proceso de desagregación de la vida social —tan característico de los años del postpinochetismo- va generando, además, un conjunto de nuevos intelectuales de escaso nivel académico y que se piensan a si mismos como «productores de sentido», los que van construyendo, como dice Enzo Faletto, «la autoimagen de un grupo social que está por encima de los intereses de las clases, que es portador de una racionalidad que le es propia y que se asume casi como el portavoz de esa racionalidad»24. El rasgo determinante de este período consiste, de esta manera, en una internalización creciente de los valores s pautas de comportamiento de la élite por amplias capas de la población y por parte de los propios trabajadores que refuerzan así el carácter subalterno de la mayoría del pueblo chileno frente a esta misma élite25.
El ejercicio de la política en estas condiciones se viene transformando en la práctica de una libertad inofensiva, donde la masa de administrados sólo puede actuar en calidad de «electores» y donde los proyectos políticos que conciernen a toda la población se planifican con criterios de marketing, identificando, entonces, democracia y mercado. «Por una especie de automatismo verbal y mental —escribe José Saramago— que no nos deja ver la cruda desnudez de los hechos, seguimos hablando de la democracia como si se tratase de algo vivo y actuante, cuando de ella nos queda poco más que un conjunto de fórmulas ritualizadas, los inocuos pasos y los gestos de una especie de misa
22 Antonio Gramsci, Quaderni de carcere, cit., p, 2011.
23 «Les images que se sont détachées de chaque aspect de la vie -escribía Guy Debord en 1967- fusionnent dans un cours commun, où l'unité de cette vie ne peut plus être rétablie. La réalité considérée partiellement se déploie dans sa propre unité générale en tant que pseudo-monde à part, objet de la seule contemplation. La spécialisation des images du monde se retrouve, accomplie, dans le monde de l'image autonomisée, où le mensonger s'est menti à lui-même», Guy Debord, La société du spectacle, Paris, Gerard Lebovici, 1989, p. 9.
24 Faride Zerán, «Enzo Faletto rompe tres décadas de silencio Necesitamos una nueva ética de comportamiento», entrevista a Enzo Faletto, en Rocinante, año V, n° 41, marzo del 2002, p. 5.
25 Para el análisis de los grupos subalternos nuestra referencia fundamental proviene las reflexiones de Antonio Gramsci, en particular aquellas contenidas en el Cuaderno 25 (xxiii), «Ai margini della storia. (Storia dei gruppi sociali subalterni)», cfr., Antonio Gramsci, Quaderni del carcere, cit., pp. 2277-2294.
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laica»26. «Es lo que hay», responde como un eco resignado, fingunt simul creduntque, el pueblo chileno, al que su propia sociedad se le representa como una suma de presentes, como formas de vida social que-estuvieron-siempre-allí, como «la forma final de todo gobierno humano»27.
La reconstrucción del protagonismo popular y de cualquier posibilidad de recreación de un sujeto popular en disposición de superar su condición subalterna pasa por asumir estas características que presenta la nueva fase de acumulación, del cierre, por lo tanto, del ciclo abierto con el Estado-nación que creó la Revolución Francesa. La lucha política popular es ahora más que nunca internacionalista, o más exactamente global, no solamente, como siempre lo fue por una cuestión de principios, sino por una cuestión material concreta que está dada por la implantación también global del capital. Esta lucha no reúne más, como en otros momentos del desarrollo del capitalismo, grandes masas de obreros, sino que aparece signada por la alta composición orgánica de capital, por el predominio del trabajo muerto sobre el trabajo vivo, marginando enormes cantidades de seres humanos del acceso a los bienes y servicios creados por el mismo desarrollo de las fuerzas productivas, desplazando el enfrentamiento al terreno de la cultura y de la asociación espontánea de grupos de diverso origen que pueden expresar su realidad en una sociedad civil globalizada donde la reivindicación de la recuperación de la plusvalía por vías democráticas parece así a la orden del día. Pero, como escribe Tono Negri —con quien, por lo demás, no nos unen grandes lazos teóricos—, «es difícil imaginar un contrapoder que pueda alcanzar eficacia sobre la base nacional, o sea, en los límites de esos Estado-nación que el poder imperial está incluyendo en su dialéctica de control estratégico... Un verdadero contrapoder, hoy, tendrá que evitar, por un lado, moverse en un ámbito puramente nacional; y, por otro, ser absorbido en las redes del nuevo constitucionalismo imperial»28
26 José Saramago, «Este mundo de la injusticia globalizada», in Le Monde diplomatique (versión chilena), n° 17, marzo del 2002, p. 3.
27 Francis Fukuyama, inicialmente en el conocido artículo de The national Interest, n° 16, 1989 y retomado en The end of History and the Last Man. Citamos aquí la versión francesa: La fin de l'histoire et le dernier homme, Paris, Flammarion, 1992, p. 11. Puede recordarse también que en el Mundo Feliz de Aldous Huxley no se enseñaba historia, y que en el 1984 de George Orwell la historia se rescribía permanentemente de acuerdo a las necesidades de el grupo en el poder. Pero la era neoliberal va más allá. No se trata de las «robinsonadas» de la economía política naciente ni de utopías negativas y ni siquiera de las burdas tentativas del análisis popperiano. Se trata de plantear bel et bien, el fin de la historia. El neoliberalismo reinante instala así un discurso legitimante cuyo rasgo más característico está constituido por la premisa de que el escenario al cual nos ha conducido la actual fase de acumulación, desembarazado de toda reconstrucción genética, de toda lectura del pasado que pueda nutrir una reflexión crítica sobre el presente y que implique la reconstrucción de la memoria colectiva, constituye un punto de llegada necesario, dotado de una determinada universalidad y cuya naturaleza no podría ser entonces modificada. Garantizar la vida como una suma de presentes obliga a evacuar la historia. Paisaje dantesco, infierno sobre la tierra, desintegración, atomización. «Plus de passé, plus de landemain. Plus d'attente, plus de rêve. Vivre vite, dans l'instant déraciné»... Daniel Bensaïd, Walter Benjamin, Paris, Plom, 1990, pp. 215-216.
28 Antonio Negri, «Contrapoder», in Contrapoder, una introducción, Buenos Aires, Ediciones Mano a mano, 2001.
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La implantación del modelo neoliberal lleva asociado un corolario insoslayable: la destrucción de la democracia por la vía de la exclusión de una parte importante, léase de la mayoría de la población o por su reducción a una condición extremadamente subalterna. Para poder ejercer el poder conservando algún grado de cohesión social los grupos que administran (políticamente el capital desde) el Estado deben recurrir a otras formas de control. La implantación del modelo neoliberal corresponde entonces al momento en que las formas dictatoriales se vuelven innecesarias y el poder puede ejercerse como hegemonía. El control del aparato cultural es en este sentido decisivo29
Historizar la globalización
Desde las primeras manifestaciones en Paris, en diciembre de 199530 pasando por el Foro Social Mundial, organizado en Porto Alegre, en febrero del 200231, hasta las recientes manifestaciones contra la invasión norteamericana a Irak, ha venido y continúa desplegándose en el conjunto del planeta un proceso ascendente de resistencia a los aspectos más brutales o, si se quiere, más visibles de la globalización neoliberal. Esta resistencia —y este es el aspecto que queremos destacar aquí— ha venido siendo acompañada y estimulada por un conjunto de estudios críticos, los que han venido permitiendo una mejor comprensión de la lógica sobre la cual se asienta el fenómeno globalizador32.
29 Lucio Oliver, «Revisitando el Estado. Las especificidades actuales del Estado en América latina», in Poder y política en América latina (Teresa Castro y Lucio Oliver, coordinadores). México, UNAM, 2005, pp. 50-86.
30 Jaime Massardo y A. Suárez, «El pueblo francés manifiesta contra la mundialización», in La Jornada,
México, 23 de diciembre de 1995.
31 Cfr., Porto Alegpe, globalizar la esperanza, Publicación de Le Monde diplomatique, Editorial Aún Creemos en los Sueños, 2002.
32 Cfr., Solamente a título de ejemplo, pueden mencionarse aquí el Observatorio de la mundialización, con sede en París, conformado por destacadas personalidades y presidido por Susan George, el que ofrece un seguimiento del proceso globalizador y sus consecuencias. Los trabajos del Consejo latinoamericano de ciencias sociales, Clacso, muestran también un gran interés. La selección de artículos de Le Monde diplomatique intitulada ¿ Qué es la globalización? (Santiago de Chile, Editorial Aún Creemos en los Sueños, 2004) contribuye de una forma fundamental a este debate. Por otra parte existen, desde hace más de una década, textos de enorme interés, como v. gr., Samir Amin, Les défis de la mondialisation, Paris. L'Harmattan, 1996; Elvira Concheiro, El gran acuerdo, gobierno y empresarios en la modernización salinista, México, Era, 1996; Vv. Aa., Los retos de la globalización. Ensayos en homenaje a Theotonio Dos Santos, Unesco, 1998; O. Ianni, Teorías de la globalización, sexta edición, Siglo veintiuno editores, 2004; Perry Anderson, La trama del neoliberalismo. Mercado, crisis y exclusión social, Buenos Aires, Eudeba, 1998. Más recientemente, Orlando Caputo, La economía de EE.UU. y de América latina en las últimas décadas. Ponencia presentada en la reunión del Foro social mundial, realizado en Porto Alegre en enero de 2001 y en el Encuentro de economistas sobre la globalización, en La Habana, en enero de 2001; Lucio Oliver, «Revisitando el Estado. Las especificidades actuales del Estado en América latina», in Poder y política en América latina, cit.
Jaime Massardo El ojo del Cíclope: un desafío político
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En primer lugar, la globalización es entendida cada vez más como una nueva fase de acumulación de capital instalada a partir de los años 1970-1980, lo que permite, tanto en el escenario latinoamericano33 como en el planeta en su conjunto34 ir situando determinados parámetros analíticos cada vez más estables. Por un lado, es posible percibir hoy con bastante claridad una dinámica de largo alcance, es posible establecer que —como apunta con mucha razón Michael Lowy— «la globalización es un proceso que viene de lejos»35. Por otro que, aún viniendo de lejos, esta nueva fase de acumulación constituye un fenómeno que, en la misma medida que se va instalando, subsume e integra a su propia expansión las formas anteriores de desarrollo capitalista, generando una lógica y una dinámica propia. La homogeneización del espacio (y del tiempo) económico mundial, su dominio por el gran capital financiero a través de las empresas «multinacionales» (en rigor, deberíamos decir «globales») y a través de instituciones que tienen por oficio, formal o informalmente, la reglamentación de la economía de todos los países del mundo en función de los intereses de este mismo capital financiero (la Trilateral, el Banco mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, donde, dicho sea de paso, Chile pugna por ingresar), muestran la globalización como una fase cualitativamente diferente dentro de la larga marcha del capital.
El estudio crítico de la globalización devela la altísima concentración de la tecnología productiva que tiene como objetivo principal el ahorro de la fuerza de trabajo. El componente variable del capital, el que le permitió a Marx razonar en términos de valor, separando la fuerza de trabajo de los otros factores que participan en el proceso productivo (distinción entre capital constante y capital variable), ve disminuida su importancia relativa, generando un conjunto de consecuencias sociales y culturales que, en pocos años, han provocado una gigantesca desestructuración de la sociedad, en rigor, relativizando la función económica y cultural del salario, el que no puede seguir siendo visualizado como la forma prioritaria de acceso a los bienes de consumo elementales. El 1 por 100 de la población mundial, unos 50 millones de personas, acumula el mismo ingreso que los 2.700 millones de personas más pobres del planeta36.
33 Cfr., Frank Hinkelammert, El nihilismo al desnudo. Los tiempos de la globalización, Santiago de Chile, Lom, 2001
34 Cfr., Samir Amin, Les défis de la mondialisation, cit.
35 «Si volvemos a leer el Manifiesto Comunista -dice Lowy-, podemos ver cómo Marx describía el hecho de que el capitalismo conlleva una tendencia irresistible a la expansión, a la conquista del conjunto de los países, a la sumisión de todo el planeta a las relaciones de producción capitalistas y a la imposición de las leyes de la acumulación de capital y de extracción de plusvalía a todos los pueblos del mundo». Jaime Massardo y Alberto Suárez, «Conversando con Michael Lowy», Entrevista a Michael Lowy, Directeur d'Etudes en el Centre Nationale de la Recherche Scientifique, CNRS, Paris, diciembre de 1997.
36 «Una brecha creciente entre ricos y pobres», in Atlas de Le Monde diplomatique, marzo del 2003, p. 50.
Jaime Massardo El ojo del Cíclope: un desafío político
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El estudio crítico de la globalización favorece, al mismo tiempo, la comprensión de otros estadios ya superados del capitalismo, ayudando a explicarnos mejor, por ejemplo, la formación de los estados nacionales estimulados por la necesidad del capital de avanzar homogeneizando determinados territorios y destruyendo para ello tanto las formas corporativas de la organización de los trabajadores como las barreras feudales, favoreciendo la comercialización, la venta de la fuerza de trabajo y, por ende, el proceso de acumulación en su conjunto37. Por todas partes la camisa de fuerza de las trabas corporativas y feudales saltaban hechas añicos ante la pujanza del capital y del Estado-nación. La globalización no hace sino repetir a escala mundial este mismo tour de force del capital. Las políticas de desreglamentación y de desmantelamiento de lo que fue el Welfare State, muestran bien esta reedición, al extremo que autores como Suzanne Berger cree ver, por ejemplo, una «primera mundialización», situada entre 1870 y 191438. Vemos entonces cómo el estudio crítico de la globalización contribuye a develar la historicidad del capitalismo en su conjunto. El horizonte de visibilidad creado por la propia globalización permite percibir con mayor claridad la historia del capitalismo y, con ello, historizar su fase actual.
Esta dinámica no puede desarrollarse sin producir en los trabajadores y en la población en su conjunto, una sensibilidad distinta de aquella que se había formado dentro de las fronteras de lo nacional, del Estado-nación. Hasta aquí el internacionalismo que existía bel et bien, era el producto de una ética (como el caso de la Asociación Internacional de Trabajadores, la Primera Internacional) o de la adhesión a un centro (como la Internacional Comunista). Por primera vez en la historia el capital genera hoy las formas concretas para que este internacionalismo, en rigor, la globalización de los trabajadores, cristalice de una manera perdurable y concreta. La unificación de las formas de desarrollo del capital torna visible la brutalidad del fenómeno capitalista. Las centrales sindicales, pensadas a escala nacional y debilitadas por el impacto de la globalización, ven formarse tendencias regionales que nacen en trabajadores de las mismas industrias de países diferentes. Por todas partes la camisa de fuerza del Estado-nación salta ahora hecho añicos, arrastrando en su caída a otro de los componentes del ciclo que inaugura la Revolutionfrançaise, v. gr., la diferenciación entre una «derecha» y una «izquierda», cuyos discursos han desdibujado hoy
cualquier frontera ideológica o, también, la tendencia a la desaparición de los ejércitos de conscripción. La proliferación de mercados regionales, el acercamiento regional por encima de las formas estatales, la mayor facilidad en los viajes, la consolidación de vínculos, el uso frecuente de las nuevas formas de comunicación (Internet) van permitiendo un acercamiento y un conocimiento mutuo entre los trabajadores de diversos orígenes. La globalización contribuye a darle cuerpo a una nueva subjetividad cuya densidad no existió jamás en fases anteriores del desarrollo del capital. Las posibilidades
37 Cfr., Eric J. Hobsbawm, La era de las revoluciones 1789-1848, Barcelona, Crítica, Grijalbo Mondadori, 1998.
38 Cfr., S. Berger, Notre première mondialisation. Leçons d'un échec oublié, Paris, Le Seuil, 2003.
Jaime Massardo El ojo del Cíclope: un desafío político
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entonces de levantar la reivindicación democrática de la plusvalía que abra paso a una legalidad global en la que cada hombre, por el solo hecho de existir, tenga derecho y pueda acceder a los bienes básicos que el desarrollo de las fuerzas productivas, llevado al límite por la globalización, hace posible para todos los seres humanos de esta tierra.
El norte que orienta esta perspectiva crítica de la globalización se apoya en una hipótesis que conviene enunciar de inmediato: la globalización, vale decir, el rasgo distintivo que resume el carácter expansivo de la fase actual de acumulación capitalista en el plano mundial es, ante todo, resultado de un proceso político, es el resultado del retroceso que, con desfases y despuntes diversos, observan, a partir de 1968, las luchas y los niveles de organización de los trabajadores en el conjunto del planeta, retroceso que, con las particularidades de las correlaciones de fuerzas locales, se despliega también en Chile después de 1973. Nuestra hipótesis va entonces necesariamente asociada a una segunda, que debe también explicitarse: no es la lógica de expansión de las fuerzas productivas, ni la pretendida «eficiencia» de los procesos de producción capitalista, ni la racionalización que esta conlleva, ni las economías a escala, sino la organización de los trabajadores y del movimiento popular en su conjunto los que, en su accionar político, posibilitan o no la expansión del capital, por tanto, las únicas que pueden detener o, en ausencia de una voluntad política en este sentido, facilitar la expansión de éste. Todo este festín del capitalismo en plena euforia expansiva que hoy observamos con horror hubiera sido a todas luces impensable sin la desarticulación previa del nivel de resistencia de los trabajadores.
En ese contexto, la expansión del capital en su fase actual de acumulación, la globalización, es ante todo —tercera hipótesis— un problema que se vincula estrechamente al espesor de la condición subalterna de la mayoría de los trabajadores39. La influencia de los medios de comunicación globalizados, reproductores el sentido común construido por la ofensiva cultural del capital, es de tal dimensión que la vida entera parece transformarse en una gigantesca tautología. El mundo globalizado se lee desde la propia globalización y ésta termina siendo igual a sí misma, cual gigante que, como aquellos cíclopes de la Antigüedad, poseyese un solo ojo. Fuera de ese ojo nada existe, nada sobrevive, subsumido bajo su potencia. Así, la influencia de los medios de comunicación globalizados y del sentido común que le acompaña, se han transformado en un verdadero ojo de cíclope, en una pensée unique que reproduce el alma condenada del capital. Y la población globalizada, que ve el mundo tal y como se lo presentan las élites que conducen la misma globalización, aparece condenada a mirar este mundo como el único posible y a convencerse de que la historia ha concluido. En esta locura colectiva, en esta mentira organizada, solamente la fuerza de los trabajadores podrá entonces constituirse en el nuevo Ulises que destruya otra vez el ojo de este Polifemo, restaurando la multiplicidad de las miradas y, con ello, restaurando la posibilidad de la democracia.
39 Cfr., Antonio Gramsci, Quaderni del carcere, cit., pp. 2277-2294.
Jaime Massardo El ojo del Cíclope: un desafío político
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Recibido: 12 de abril 2008 Aceptado: 10 de julio 2008